En las sombras de la imagen, se distingue una silueta. El grano de la película es notable, y el contraste de las luces alto. Nos detenemos perdiendo los sentidos, absorbemos como raíces de un árbol el momento de una imagen hecha para el amor.

Nos hemos apresurado en el desayuno, para llegar antes de que los guardaespaldas del arte tomen sus puestos. Cogemos la orientación de las indicaciones, y nos adentramos en una sala poco iluminada.
Qué irónico, lo esencial de la fotografía, la luz, y para apreciar las instantáneas colgadas de la pared. Nos obliga a acercarnos a escasos centímetros del marco, a detenernos y respirar el momento. Como dice una poeta maldita: » vamos a la carrera y apenas hundimos los pies en el camino y eso no es vivir, para eso no está hecha la vida. Respira, siente, empápate. Sin prisa. Sin pausa.»

Bruce Davidson abanica tu rostro con infinidad de experiencias capturadas. No es posible catalogar el estilo, su pluralidad es un reflejo de la inquietud por lo que le rodea. El impacto de la realidad que nos muestra, te devuelve la conciencia de aquellas cosas que olvidamos o pensamos que no es de nuestra inconveniencia.
Davidson se toma el tiempo necesario y justo, para lograr estrechar la relación entre la causa y su propósito. Para entender al sujeto, aproximarse, ganarse el respeto, pasar desapercibido y poder tomar esa instantánea. Logrando profundizarte al momento que fue tomada, y ser cómplice de la experiencia.

La obra expuesta en la Fundación Mapfre de Barcelona, resume el recorrido de la trayectoria de un fotógrafo, que empezó a una edad temprana a revelar sus propias instantáneas tomadas en su barrio. Permitiéndonos ver la evolución de su carrera y las ideas en las que creía.
Tomamos la última indicación y salimos de la sala a unas escaleras de mármol. Ella baja primero agarrando el canto, y yo recuerdo a Bresson quien conoció a Bruce Davidson.
